La película de la semana: La máquina de bailar

archivos_imagenes_carteles_1_10462Todos los españoles conocemos a Santiago Segura. Un actor que pasó de participar en «No te rías que es peor» para financiarse los cortos a secarse el sudor con billetes gracias a la saga Torrente, una de las pocas alegrías del cine nacional. Queda solo un mes para que se estrene la quinta parte, y con toda seguridad la taquilla le permitirá unas vacaciones a todo tren. Pero nadie llega a eso de la noche a la mañana y de su productora Amiguetes Entertainment también podemos destacar puntos negros, fracasos necesarios para salir adelante. El primero es Borjamari y Pocholo, tomadura de pelo de la que se ha hablado ya bastante. Y en segundo lugar está La máquina de bailar (2006), menos conocida y que Café Caracoles ha tenido el placer de comentar.

A diferencia de Borjamari, que salvó los muebles porque el público picó, La máquina de bailar se la pegó con estrépito. Pretendieron sacar dinero de una moda pasajera (el videojuego Dance Dance Revolution) atrayendo al público joven con rostros de la tele, el humor marca Segura, algo de promoción y un rodaje hecho a toda prisa, en tan solo dos meses. Recuerda mucho al estilo de Mariano Ozores (Veredicto Implacable), si no fuera porque el presupuesto fue de 2,6 millones de euros (contando la subvención nacional y de los gobiernos catalán y castellanomanchego)… y la recaudación en salas fue de algo más de medio millón, según el Ministerio de Cultura.

Es cierto que este castañazo coincide con una época de crisis en el cine español de la que poco a poco van saliendo: el público objetivo al que querían dirigirse ya empezaba a bajarse películas por internet, y un videojuego de bailar era bastante raro como para hacer algo mainstream. El resultado final es bastante mediocre, pues si en Borjamari había alguna broma divertida dentro de lo horrible que resultaba, aquí ni está ni se la espera.

Saltar sin ritmo no es bailar

Por encima de todo, las actuaciones en La máquina de bailar son bastante cuestionables. Con los adolescentes existe el pase de que se les de mejor o peor, si bien es cierto que ninguno es para tirar cohetes: Jordi Vilches funciona bien aunque ponga un acento raro. Sin embargo, Santiago Segura aparece destacado en la portada y hay que echarle imaginación para creernos que no es él. Se esperaba mucho más teniendo en cuenta que es el productor. Y más porque sí sabe actuar, se lo hemos visto un montón de veces. Aquí se limita a cojear y forzar la voz por Johnny, el clásico encargado de recreativas que pasó de comerse el mundo a malvivir de los recuerdos. Aun así no es el peor: José Corbacho ni siquiera entona, dando la sensación de estar haciendo bulto por un favor personal.

El elemento central de la película es todo lo relativo a la recreativa Dance Dance Revolution (Konami, 1998) que en aquel momento tenía algo de popularidad. Nuestro protagonista Dani (Jordi Vilches) se carga la boa albina de un legionario por accidente, así que participará con sus amigos en un concurso de DDR para conseguir pasta. Y ya puestos, el corazón de una chica (Bárbara Muñoz). Teniendo en cuenta que los japoneses prestaron su marca, contaba con un poco de gracilidad y esfuerzo. Pero en ningún momento dan ganas de moverse al ritmo del «Dam Dariram» porque ellos tampoco lo hacen.

La pantalla corresponde al primer jugador. El tío está bailando en el tablero del segundo jugador.
La pantalla corresponde al primer jugador, mientras que el tío está moviéndose en el tablero del segundo jugador. Así hay varios errores.

Es difícil jugar en directo y actuar a la vez, así que la máquina emite vídeos de partidas grabadas. El caso es que nadie se esfuerza por hacernos creer lo contrario. Utilizan las dos pistas aún jugando en modo individual, hay sonidos positivos (You’re cool, Awesome) incluso si se ve un «BOO» en pantalla, y para ser un torneo se usan demostraciones en modo Basic (Fácil). ¡Ni siquiera pisan las flechas correspondientes aun cuando enfocan al tablero y se iluminan! Todos esos detalles, esas pequeñas chorradas, se podían haber disimulado en post-producción con un montaje eficaz. No sucede.

Lo mismo sucede con los secundarios. No hace falta contratar gente que haga las locuras de los asiáticos; de haber buscado un poco encontrarían tipos capaces de moverse con soltura. En vez de eso, todos los rivales a los que se enfrentan son una panda de frikis muy olvidables. Entendible si tenemos en cuenta que el torneo de DDR se celebra en un Salón del Manga… con gente disfrazada de aragoneses bailando jota. Sin duda es más digno que vestirse de Naruto, pero no termina de casar.

Calidad de «Directo al videoclub»

La máquina de bailar se estrenó en cines concebida para consumirse en el momento, como un yogur, y trincar cuanta más pasta mejor. La mayor pega que se le puede poner al guión es que se hizo a todo correr, teniendo en cuenta que solo tardaron ocho semanas en rodar. Así sale mal aunque impliques a gente con un currículo aceptable. Por ejemplo, el director (y guionista) Óscar Aibar es una persona que ha hecho cosas interesantes como Platillos Volantes, después El Gran Vázquez y algunos episodios de Cuéntame. ¡Si incluso están Borja Cobeaga y Diego San José, los que arrasaron con Ocho apellidos vascos!

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Uno de estos tres figurantes es Nacho Vigalondo.

Pero aquí los nombres son lo de menos. Aplicando el estilo Segura, las coñas absurdas y los cameos pesan más que nada. Sin ir más lejos, la premisa parece calcada del Gigoló de Rob Schneider. Solo que se cambia el pez león de Antoine por la boa albina, y la edad del protagonista para que ese joven adicto a los videojuegos, nuestro espectador potencial, se identifique con él. Un grupo de amigos que pasan el día en unos salones recreativos ya de capa caída en pleno 2006, cuando eran reemplazados por casas de apuestas si no echaban el cierre.

Y como en Gigoló, lo cómico se sustenta en bromas escatológicas, nostalgia (de Rocky III llegan a meter escenas reales con permiso de Stallone, según confirma Aibar) y referencias sexuales. Hasta cierto punto tiene sentido porque los protagonistas son chavales con ganas de meterla en caliente. Todo ello con la sutileza marca de la casa.

– ¿Queréis que haga algo? Sé abrirme de piernas.

– A ver si va a hacer ventosa.

Lo más positivo es que la cinta reconoce no tomarse en serio a sí misma. Eso estaría bien si al menos los gags tuviesen gracia, pero ninguno es digno de recordar. Si acaso, la escena final forzada como ejemplo de lo que no se debe hacer. Porque además de mal hecha, es ese chiste amable tan anterior a 2012.

Este no es el único problema. Al no revisarse el guión muchos personajes están mal definidos, de otros piden que les prestemos atención y después no aportan nada (los monjes shaolin), y por si fuera poco hay incoherencias en la trama. Por ejemplo, el interpretado por Eduardo García (el niño de Aquí no hay Quien Viva) confunde las direcciones, aunque vence sus limitaciones jugando de espaldas, sin necesidad de ver la pantalla. Todo eso podría pasar echándole imaginación… si no fuese porque en la gran final baila de frente.

La máquina de bailar se produjo sin más pretensión que entretener, y ya es mejor que ver cualquier telefilm de fin de semana de Antena 3. Sin embargo, resultó una empresa poco rentable y por ello se entiende que Amiguetes Entertainment se centrara años después en lo que mejor sabe hacer: exprimir al máximo la saga Torrente.

La película de la semana: Goal 2

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Si hay una figura poderosa en España sin necesidad de implicarse en política, esa es el presidente del Real Madrid. Y Florentino Pérez, en sus dos etapas al frente, se ha caracterizado por dos cosas: fichar estrellas a precios astronómicos para ganar títulos (los llamados «Galácticos») y modernizar la institución convirtiéndola en una máquina de hacer dinero. No es extrañar pues que le pareciese buena idea prestar su imagen para hacer una película como Goal! 2: Living the Dream (2007), parte de una trilogía en la que el mindundi latino Santiago Múñez se convierte en estrella del deporte.

(Y no, Santiago Múñez no es Castolo del Pro Evolution Soccer. Aunque podría)

Pero si la primera parte de la saga todavía se podía ver, en esta segunda nos encontramos ante una cascada de despropósitos, provocados por un guión infame, que terminan con un producto tan errático como el Real Madrid de aquellos años. A saber: después de que Del Bosque fuese cesado, el equipo estuvo tres años sin ganar una competición relevante y Florentino dimitió de la presidencia meses antes del estreno, en febrero de 2006. Revisionada ocho años después, Goal! 2 se queda en un producto freak de bonito envoltorio, con cameos de futbolistas de talla mundial, pero vacío en contenido a imagen y semejanza de la «era Galáctica original».

Lo más divertido de la trilogía Goal! no está en el argumento, sino en los problemas que tuvo para salir adelante. Se esperaba que la primera parte fuese dirigida por el prestigioso Michael Winterbottom, mientras que Diego Luna haría el papel principal. Pero el director acabó enemistado con los productores y se marchó a la francesa, provocando meses después la salida de Luna por el parón en el rodaje. Para suplirle se contrató al también mexicano Kuno Becker: galán de culebrones, actor de doblaje y ganador del premio TVyNovelas 2001 a la «mejor pelea», entre otras cosas en su definición de Wikipedia.

La segunda parte resultó menos accidentada porque partió de la misma base: idénticos protagonistas, algún secundario con talento (Alessandro Nivola, Rutger Hauer) y una muy buena dirección a cargo de Jaume Collet-Serra, quien ahora tiene un currículo para estar orgulloso. Si el Real Madrid fue fundado por dos catalanes, parece de justicia que otro también se encargara del rodaje. Aun así, la taquilla no fue satisfactoria y la tercera parte salió directamente en DVD, con menos de la mitad de presupuesto y mucho chroma de por medio. Claro ejemplo de que los productores fueron los responsables del hundimiento.

Así, así, así gana el Madrid

Santiago Múñez es lo que en periodismo deportivo se llama «chico sencillo» cuando se quiere decir «con menos carisma que una baldosa». Tras una buena temporada con el Newcastle United está dispuesto a dar un giro de 180º cuando el Real Madrid llama a su puerta. El objetivo no será solo triunfar en la Casa Blanca, sino también acostumbrarse al elevado tren de vida de los Galácticos sin volverse un gilipollas. La influencia de su compañero y amigo Gavin Harris, todo un putero bon vivant, le complicará las cosas.

Para darnos cuenta de que el Real Madrid pone la imagen con sumo gusto, nos topamos con primeros planos del dream team: Raúl, Ronaldo, Zidane, David Beckham, Pavón y Diogo, Sergio Ramos… Todo se resuelve en una extraña negociación en Tokio (justificada con una gira internacional) en la que el presidente Florentino Pérez hace acto de presencia para decir en castellano «Bienvenido a este mítico club, te voy a presentar a nuestro entrenador«. Lástima por todos los que esperábamos una pronunciación del inglés a lo Emilio Botín.

Sí, el señor que presenta Al Rojo Vivo también sale.
Sí, el señor que presenta Al Rojo Vivo también sale. Era dircom del Madrid.

Floper volverá a aparecer en la presentación ante el Santiago Bernabéu para estrechar la mano de su flamante fichaje, en compañía del presidente de honor Di Stéfano, al que todo esto de hacer cine le suena de algo. Hasta este punto dan lo que prometen: pese al montaje en forma de videoclip, todo está centrado en un Castolo de la vida que quiere progresar para convertirse en titular.

La clave para hacerlo «más veraz» fue montar partidos de verdad con interpretaciones ya no tan buenas dentro del Santiago Bernabéu. Intentando salvar la brecha de la mejor forma posible, Múñez llega a «saltar» al césped con el once titular de un partido oficial. Esto les permite crear todo tipo de situaciones que no se corresponden con la realidad. Por ejemplo: el último choque de la película es una «final de la Champions League» en casa (Oh casualidad) contra el Arsenal FC que termina con victoria española por 3:2, cuando en realidad corresponde a una derrota en octavos de final. Lo único de verdad es el gol de Henry. Retoques fotográficos Stalin.

"¿López Caro? No le conozco. Tu nuevo entrenador es holandés"
«¿López Caro? No me suena. Tu entrenador es este señor holandés y Oceanía siempre ha estado en guerra con Asia Oriental».

Si con los partidos salvaron los muebles, siendo lo que peor podía quedar, ¿en qué la cagó Goal! 2 para tener solo un «4» en Filmaffinity?

Tramas familiares de relleno y mal acabadas

A los 20 minutos aparece de la nada Enrique (Curro en Los Serrano); un niño de clase baja, cuyos padres trabajan en un bar, que se dedica a robar carteras de los clientes (ahí, en confianza) y a jugar al fútbol en un ambiente irreal, más cercano a Ciudad de Dios. Después de que su madre le pillara «con las manos en la masa», le pone de ejemplo social a Múñez… y le desvela que es su hermano mayor. ¡Toma trama con calzador! ¡Ahora resulta que el prota mexicano tiene una madre secreta en España!

Se supone que esto es Madrid, pero parece una favela.
Qué nostalgia jugar al fútbol en el barrio, el bocata de Nocilla viendo «Supergol» y que un yonki te atraque con una jeringuilla usada.

Para más inri, casi toda la historia secundaria está basada en los orígenes familiares de Santiago, por lo que los celos de la mujer al vivir alejado de su marido quedan en un segundo plano.

Con la llegada del niño todo se complica. Al descubrir que su madre muerta en realidad sirve cañas, Múñez entra en una espiral autodestructiva. Hace anuncios de mierda, no sale de la suplencia, se lesiona varios meses por una caída estúpida y una presentadora le emborracha para sacar un «posado robado» en las revistas del corazón. Pero esto podía haber sucedido sin necesidad de meter familiares con calzador. ¿Qué hace Santi para reconciliarse con sus raíces? Buscar al hermano después de un entreno. ¿Qué hace Enrique a cambio? Joderle el navegador del coche y robarle la bolsa de deportes.

Por si Enrique no era suficientemente odioso, sigue a Múñez hasta una discoteca y le roba su Lamborghini blanco, que podrá conducir perfectamente a pesar de no llegar a los pedales, porque el muy gilipollas del dueño dejó las llaves en la guantera. Esta estupidez solo podía resolverse haciéndola más gorda: el astro detiene un taxi conducido por Santi Rodríguez (¿?) y se produce una persecución que termina con el crío empotrado en un quiosco, medio muerto en el hospital. Solo puede tomarse en serio si fuese un homenaje al accidente de Loli Álvarez en La Cibeles, pero no van los tiros por ahí.

¿Por qué robas coches? ¡Pa' hacerme el chulo!
«Ni Dadinho ni leches, ahora me llamo Zé Pequeño, gilipollas».

Al final, Múñez vuelve al barrio para conocer a su madre secreta, saluda a su hermanito que solo se rompió el brazo a pesar de que le caen encima 50 kilos de metal, y todos son felices y comen perdices. En menos de diez minutos. Toda una declaración implícita de los guionistas de que esta parte sobraba. El niño actúa bien, la culpa es de quien pensó que era buena idea.

Gravesen se merece el Premio Goya

Dejando de lado este absurdo, Goal! 2 alcanza sus mejores momentos cuando trata las relaciones entre futbolistas y alguno del primer equipo incluso se anima a soltar dos frases. Pero casi todos los cameos se limitan a interminables rondos en el vestuario o en los entrenamientos. No hay salidas de tono para no perjudicar al Real Madrid, que para eso paga. Del mismo modo, en los créditos tienen los huevos de citar a futbolistas de otros clubes cuando solo tomaron imágenes de partidos reales y no intervienen con frase.

Dentro del fútbol más distendido, por un lado están las concentraciones pre-partido en las que los únicos que interactúan cinco segundos son Topor Iker Casillas, riéndose de Múñez por hablar con una presentadora de TV (Hola Sara), y Gravesen… haciendo de Gravesen. Entre él y el otro jugador ficticio, dejan al protagonista en pelotas en el hall del hotel. Cómo no te voy a querer, Thomas.

Por otro lado, están las fiestas con lujo de por medio, en las que solo Michel Salgado se atrevió a aparecer. Para nuestra desgracia, no son tan desfasadas como el Halloween de Benjamín. Pero sí aparece una clave histórica en el Real Madrid de la era moderna: los putones verbeneros que van a la caza de un marido futbolista, fielmente reflejadas en la canción «El cumpleaños de Ronaldo«, y que aquí se retratan con este sonrojante diálogo entre dos aspirantes.

– Qué culo tiene. ¡Voy a tirármelo!
– Yo creía que tenía novia
– ¿Qué más da?

Es una auténtica pena que el guión no se orientara solo a la fama y el deporte. El resultado habría sido mejor. En lugar de eso, metieron tramas familiares mal desarrolladas y los productores dieron la sensación de que se la suda Santiago Múñez, un protagonista muy olvidable y falto de chispa. Eso queda claro cuando el gol de La Décima, el 3:2 decisivo que debería encumbrarle, no lo mete él sino David Beckham. Y tampoco se les ve levantando un título porque el Real Madrid, en el fondo, no tenía nada que celebrar.

Uno di noi / Castolo uno di noi
Julien Faubert, fichado. Como ya adelantó Marca.

La película de la semana: Showgirls

Lo mejor era el póster.
Lo mejor era el póster.

Había una vez una película que recibió palos a troche y moche. Puede que no los mereciera, pero se los llevó todos. Showgirls (1995) es uno de los títulos más controvertidos de los años noventa, hasta el punto de recibir un Razzie a la «peor película de la década». Y tampoco estuvo exenta de polémica. Debido a la negativa de su director Paul Verhoeven a censurar o retocar escenas, recibió en EE.UU. la calificación de NC-17 (casi al nivel del porno) y vio restringida el número de salas donde se podía estrenar. A los palos que se llevó de las asociaciones más moralistas se sumaron las de la crítica especializada y una mediocre recaudación.

Es por esa razón que muchos blogs y revistas la han comentado años después, en su gran mayoría para defenderla como «título de culto». Tras revisionarla en Café Caracoles, puedo responder dos sencillas preguntas: ¿Merece todos los golpes que se llevó en su momento? No, ni por asomo. ¿Es por ello un buen título? Tampoco nos pasemos. Es una idea buena, pero mal representada.

¿Tienes una idea? Te la financiamos. Carolco

Antes de que Verhoeven se pusiese manos a la obra con Showgirls, tenía en sus manos el proyecto destinado a salvar Carolco, productora con la que ya había trabajado en Desafío Total e Instinto Básico, y que en 1993 estaba al borde de la quiebra por su alocada gestión. Paul tenía en mente una megaproducción sobre las Cruzadas con Arnold Schwarzenegger. Hoy de Crusade solo queda un póster pero llegó a suponer un gasto superior a 10 millones de dólares sólo en guión, cláusulas y algunos decorados. Tan desproporcionado era el presupuesto que ninguno de los dos fue capaz de concretar una cifra, por lo que el rodaje histórico se suspendió.

Aunque la elección final de Carolco fue La Isla de las Cabezas Cortadas (que significó su bancarrota), el director holandés no se quedó de brazos cruzados. De forma paralela, a finales de 1992 el guionista Joe Eszterhas (autor de Instinto Básico) consiguió financiación para su nuevo proyecto: Showgirls, ambientada en bailarinas eróticas de Las Vegas y protagonizada por Nomi Malone, una arrabalera de pasado turbio con ganas de triunfar. El productor Charles Evans le pagó la friolera de dos millones de dólares… sin que hubiese hecho una sola frase. Solo por la idea.

El húngaro tenía apalabrado a Verhoeven, su partenaire, quien rodaría primero Crusade (cosa que no pasó) y después se ocuparía de esta rareza. El resto es historia: Carolco compró el guión a Evans y además adelantó al escritor más dinero para producirla: un total de 3,7 millones. Más que el coste por el guión del thriller de Sharon Stone.

Nomi compra trajes de Versés. Diseñador catalán, de Osona.
Nomi Malone compra trajes de Versès. Diseñador catalán, del Baix Camp.

Verhoeven se aprovechó del dispendio que caracterizó al estudio para permitirse otras locuras. Como la trama iba a ambientarse en Las Vegas, viajó a la «capital» del juego para entrevistarse con bailarinas profesionales de striptease, empaparse de sus historias personales y aportarlas al trabajo. Eso puede permitirse si entablas contacto con cinco o diez muchachas, pero para Showgirls se habló con más de doscientas.

Con semejante gasto en guiones y ambientación, quedó un pequeño fleco por resolver: los actores principales. No tenían gran cosa para ir a por los mejores y el erotismo que destilaba echó atrás a los menos predispuestos, así que todo se centró en caras televisivas con potencial. La protagonista (Nomi Malone), interpretada por Elizabeth Berkley, era Jessie en Salvados por la Campana y asumió su primer papel protagonista en cine, mientras que el rol masculino era de Kyle MacLachlan, el agente Dale Cooper en Twin Peaks. El resto se completó como mejor se pudo. Y al final, una cinta que al principio pasó por «cine independiente» disparó su presupuesto hasta los 45 millones de dólares.

El otro gran papel era el de diva destronada (Crystal Connors), defendido por Gina Gershon. De las opiniones posteriores que he podido leer, la suya es la más interesante y refleja que la cosa no pintaba nada bien.

Gina hizo la prueba para Showgirls (que pensó sería más seria, como las películas que hacía Verhoeven en Holanda, una adaptación moderna de Eva al desnudo en Las Vegas) durante tres meses seguidos. Llevó maquillaje en todos sus encuentros y mintió sobre su edad para convencer al estudio de que podía interpretar a una diva madura y cabrona. Cuando entró al estudio, se dio cuenta de que iba a hacer algo completamente distinto del drama que se había imaginado. (…) «He estudiado a los clásicos. Quiero hacer teatro griego. Quiero hacer obras de (Anton) Chejov. ¿Qué coño estoy haciendo aquí? Pensé que sería un concierto de Wagner y me di cuenta de que parecía más un show de Britney Spears». (Fuente, Daily Beast)

"¿Ves esa caja de pañuelos, Nomi? Adivina qué harán con ella muchos de nuestros espectadores"
«¿Ves esa caja de pañuelos, Nomi? Adivina qué harán con ella muchos de nuestros espectadores»

¿Qué podía salir mal?

La crítica a Showgirls se resume en una palabra: chabacano. El cine está lleno de ejemplos eróticos muy vistosos para el espectador, pero en este caso se trasladó el mundo del espectáculo desde un prisma tan excesivo, que hasta las canciones de Susana Estrada podrían cantarse en misa de 12:00. Eso puede justificarse con Nomi Malone, una prostituta choni que pretende pasar por fina sin saber pronunciar Versace, pero no con el resto del reparto. Todo es demasiado gratuito, hecho para provocar más que para complacer, y se supedita al texto. No estamos hablando de cine porno, sino de algo que (se supone) tenía que dar beneficios en taquilla, por mucha libertad creativa que tuviese el combo Eszterhas-Verhoeven.

Y eso que la idea de base es muy buena: vivimos en un mundo tan competitivo que muchos están dispuestos a cualquier cosa para medrar. Y más en el espectáculo. Ya sea meterse a puta, hundir psicológicamente a tu rival o incluso hacer que sufra un «accidente». Todo eso pasa en Showgirls. Somos testigos de la progresión de Nomi, una mujer que huye de su pasado, y de todos los problemas que deberá afrontar, cada vez mayores: desde conseguir trabajo porque un conductor cabrón le roba lo poco que tiene, hasta enfrentar que a su mejor amiga la han violado unos bestias. Entre medias hay una denuncia bastante evidente del trato a la mujer como objeto. Las apariencias engañan.

Por lo tanto no es un problema de argumento, sino de como se plasma en pantalla. Es decir, de un guión que va al morbo puro. No es tanto una cuestión de «culos y pechos», pues estaba claro que íbamos a verlos si hablamos de espectáculo en Las Vegas. Son pequeños detalles que se amontonan: bailes sin sentido en mitad de la trama, escenas que parecen un sketch de humor porno (el famoso polvo en la piscina), «alivios cómicos» y, por encima de todas las cosas, esas frases lapidarias.

  • Debe de ser raro que no se te corran encima.
  • Nomi, ¿tú crees que me han crecido las tetas?
  • Me rompí un diente con un valium. Era mi dentista.
  • Yo estoy erecto. ¿Por qué no estás tú erecta?
Así se piden los cubatas en Benidorm.
Y por supuesto «Ten, ponte un poco de hielo».

Sin olvidar las escenas pseudolésbicas entre Nomi y Crystal Connors, con diálogos sobre comida que directamente no tenían sentido.

– Yo he tomado comida de perro
– ¿De verdad?
– Hace mucho tiempo. Doggie Chow. Adoraba el Doggie Chow.
– ¡Y yo! (risas) Es cierto, era rico…

En ese sentido, Showgirls tiene el doble mérito de estar infravalorada por sesudos analistas (para qué negarlo) y sobrevalorada por muchos de sus defensores. A mí me resulta del montón. Es entretenida, tiene momentos divertidos, pero sus defectos saltan a la vista.

Quizás esa visión negativa se acentuó por todo lo que le pasó detrás. Se estrenó dos meses antes de la quiebra de Carolco, razón por la que se vendieron los derechos de distribución a distintas empresas (en Europa se los quedó la francesa Chargeurs). En EE.UU fue considerada película para adultos y la recaudación fue muy pobre: 20 millones en su mercado, 37 en todo el mundo. Insuficiente para recuperar los 45 millones invertidos, algo que se consiguió años más tarde por la venta en VHS y DVD. Para entonces ya era ese «título de culto», pero las carreras de sus actores se vieron afectadas por el fiasco. En especial Berkley, que quedó relegada a roles secundarios en televisión.

Y quien pagara por verla debió sentirse atracado al final.
Quien pagara por verla debió sentirse atracado al final.

No es que la crítica norteamericana la masacrara porque fuese «demasiado sexual» o porque «son muy conservadores», no. De haberlo hecho, no la habrían ni comentado y la recaudación hubiese sido menor. Solo es un título que pudo haber sido más. A veces estas apuestas salen bien y a veces no. ¿La razón? Como diría alguien que sabía más que todos nosotros, Roger Ebert:

El erotismo requiere una conexión mental entre dos personas, mientras que para masturbarse solo se necesita la imagen de otra persona.